Quejarte no hará el trabajo: La lección que me dejó el peor lunes del año

Una nueva semana, un lunes cualquiera… Dios, cómo odio los lunes. De alguna manera, apenas tengo 31 años y llegué a la conclusión de que los lunes son una pesadilla. Tal vez sea por mi programación mental o simplemente porque el universo me odia, pero algo es seguro: siempre me pasan cosas malas los lunes.

En fin, este lunes en particular empezó con el pie izquierdo. El primer golpe llegó temprano… Me desperté con gripe, tos intensa y dificultad para respirar. Y lo supe de inmediato: era culpa del ching*do lunes.

Normalmente mi esposa y yo nos levantamos temprano para iniciar nuestras actividades en la panadería (sí, trabajamos juntos como socios), así que las 5:00 - 5:30 am es normalmente nuestra hora típica para alistarnos y comenzar el día. Pero últimamente nuestra pequeña ha decidido despertarse antes que nosotros (3:00 am), y nuestro horario de sueño se ha vuelto un desastre (cosas de bebés).

Así que me tomé unas pastillas para la tos y me metí a darme un baño caliente para intentar revivir… y fue entonces cuando llegó el segundo strike del lunes. Nuestra niñera nos escribió para decirnos que estaba enferma. Resulta que un día antes había comido unos tacos curiositos y pasó toda la noche con un dolor de estómago brutal, así que no podría venir.

Intenté mantenerme positivo y pensé: “Bueno, tomaré este día como una oportunidad para cuidar de mi bebé junto a mi esposa, avanzar un poco en el trabajo y disfrutar la mañana en familia”. Sí… eso pensé.

Apenas salí de bañarme cuando recibí otro mensaje, esta vez del chef principal de nuestra panadería. Tercer strike. Nuestros proveedores de harina y piña aún no habían hecho sus entregas, lo que significaba que nuestra producción de pan estaba detenida. Y, por supuesto, teníamos un montón de pedidos programados para ser entregados ese mismo día. Eran apenas las 6:30 am y el lunes ya me había jod*do.

Así que ahí estaba yo: enfermo, sin niñera, con una bebé demandando nuestra atención, un equipo de trabajo frenado por falta de ingredientes y una larga lista de clientes esperando sus pedidos. Y toda la responsabilidad recaía sobre nosotros.

Cualquiera pensaría que estaba a punto de explotar… pero no. Respiré profundo y me dije a mí mismo: "Quejarte no hará el trabajo". Nadie iba a venir a rescatarme. Nadie iba a hacer el trabajo por mí. Nadie iba a darme consuelo. La única opción era pararme y hacer lo que debía hacerse.

Cerré los ojos, miré hacia arriba y dije: “Dios, sé que todo pasa por algo. Danos fuerza para enfrentar este día que está cuesta arriba y guíanos con tu amor y compasión”. Y créeme… algo cambió en mí. El caos ya no me parecía tan complicado, porque sabía que no estaba solo. Además, tenía a mi esposa a mi lado, y juntos (con Dios, obviamente) somos imparables. Nos pusimos las pilas y para antes de las 12 de la tarde, ya teníamos TODO bajo control.

Esta experiencia me dejó algo muy claro: los problemas SIEMPRE van a aparecer, en cualquier día, en cualquier momento, en cualquier área de tu vida. Pero hay una diferencia ENORME entre dejar que esos problemas arruinen tu día o enfrentarlos con la frente en alto, además que los puedes utilizar como una prueba personal para retarte a demostrarte de qué estás hecho.

Y ¿sabes qué es lo más curioso? Fue precisamente ese lunes infernal el que me inspiró a escribir este blog. Porque quiero decirte algo: no importa cuán difícil sea el problema, lo único que realmente importa es tu actitud para enfrentarlo.

Recuerda esto siempre: Quejarte no hará el trabajo.


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